miércoles, 16 de octubre de 2013

Una década de banalizar la dictadura

El reciente incidente de Cabandié ocupó la primera plana de todos los diarios y espacio considerable en los noticieros.

A mí entender el hecho en sí no es nada demasiado escandaloso. Incluso hasta se puede decir que es divertido. Después de todo no es ni la primera ni será la última vez que un político prepotea a agentes de tránsito o agentes de seguridad.

Pero hay una cosa que es inconcebible. El hecho de sacar chapa por ser "hijo de desaparecidos" y haberse "bancado la dictadura". ¿Desde cuándo eso habilita para presumir?

Ser hijo de desaparecidos es sin duda algo traumático. El robo de bebés de desaparecidos es un crimen aberrante. Y el hecho de que una persona que pasó por algo semejante se reencuentre con su verdadera identidad es algo para celebrar.

Pero el hecho de pasar por eso no es un cheque en blanco. Es fundamental la coherencia. Después de todo uno no elige donde nacer o donde ser adoptado. Si uno decide comprometerse con los DDHH lo hace por motus propio. Y ese compromiso no consiste en usar la condición de hijo de desaparecidos para hacer cualquier cosa. Eso es, lisa y llanamente, cinismo.

Igualmente la actitud de Cabandié no es aislada. No es ni más ni menos que lo que viene haciendo el kirchnerismo hace una década. Descolgar cuadros, feriados, museos... pero hoy al frente del Ejército hay un ex-represor, el Gobierno se rodea de represores como Héctor Timerman o Gerardo Martínez, las FFAA y FFSS espían a grupos de izquierda, las fuerzas policiales siguen matando gente y en las cárceles se sigue torturando. Eso sin contar con que hoy, en pleno 2013, hay desaparecidos y crímenes políticos.

Así como el Gobierno se cree "defensor de los derechos humanos" y cree tener la autoridad para señalar que los demás fueron o no procesistas (sin desmedro de quienes realmente lo fueron), sus defensores relacionados con la dictadura (Madres, Abuelas, nietos recuperados) se creen con la impunidad para atacar o bastardear lo que quieran.

Todo eso trae como resultado que "la dictadura", "los derechos humanos", "el proceso", todo eso queda reducido a simples clichés, a lemas, a latiguillos políticos. Una causa por la que se lucho durante décadas fue apropiada y mal usada. Es hora ya de terminar con ese maltrato.

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